Año 8


La Nueva Normalidad

Ignacio Molins


 

Ya hace un año que el Covid cambió nuestras vidas. Muchos lo equiparan a los sucesos de las Grandes Guerras del s. XX. Es cierto que en número de víctimas y en número de personas y países afectados es quizás de mucha más gravedad. Pero para mí la comparación no es válida ni acertada. Sin duda la pandemia y los meses de confinamiento han dejado huella en esta generación. A nadie le extraña ver mascarillas o geles hidroalcohólicos, regulación de aforos o el teletrabajo y las videoconferencias, que se han vuelto herramientas imprescindibles para todos los profesionales. Con los años me temo que seguiremos viendo nuevas consecuencias. Los más mayores que viven con miedo a salir a la calle y a juntarse con sus hijos y nietos. Los jóvenes se sienten incomprendidos y juzgados, sienten la desconfianza de la gente y echan de menos las fiestas y festivales. Y los más pequeños, los que no han conocido un mundo sin Covid. Estudios advierten sobre la afectación en los niños pequeños en etapa de desarrollo, que crecen sin poder interactuar correctamente al no ver los gestos faciales de los adultos, tapados detrás de una mascarilla. O los problemas que pueden acarrear el distanciamiento social, incluso entre miembros de una misma familia. ¿Cómo van a asimilar los niños, que, sin entenderlo, se les obliga a no acercarse ni abrazar ni besar a sus abuelos, tíos o amigos? 

 

Esta situación es la que desde el gobierno han decidido bautizar como “La Nueva Normalidad”. Que de normalidad tiene poco, aunque si lo comparamos con el encierro domiciliario de hace pocos meses nos parece el paraíso… Toques de queda nocturnos, rastreo de contactos estrechos con el virus, testeo masivo… y todos esperando a la vacuna. Hemos perdido la cuenta de la ola de contagios en la que nos encontramos surfeando ahora y vivimos con un miedo e histeria por volver a vivir un pico de contagios, de muertes y de restricciones. 

 

La reflexión que más ha calado en mí a lo largo de estos años, y que aplica a muchas situaciones en la vida, a la pandemia también, es la siguiente: ¿y para qué este sufrimiento? Es el misterio de nuestras vidas por excelencia. Hay preguntas místicas eternamente sin contestar ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos luego? ¿Qué hay en el espacio exterior? ¿Hay vida inteligente extraterrestre? ¿Existe un ser superior que todo lo puede?, etc., etc. Pero hoy quiero reflexionar sobre esta en concreto: ¿Qué sentido puede tener que existan desgracias en nuestras vidas? El coronavirus y todas sus víctimas nos recuerdan este misterio, el misterio del sufrimiento. Y siendo todavía más ambiciosos, me parece paradójico, en mitad de esta distopia hecha realidad, tratar el tema de la felicidad, ¿qué es la felicidad? ¿cómo se es feliz? ¿se puede ser feliz en la adversidad?

 

Lo cierto es que no voy a dar con la respuesta a estas preguntas hoy aquí, eso está claro, pues no existe una sola respuesta correcta ni es tan sencillo de sintetizar. Pero sí que podemos reflexionar juntos un poco sobre ello. Sabemos que el dolor y las desgracias a veces simplemente ocurren…

 

-       Y muchas de estas veces ocurren por culpa del hombre. Alguien se hiere porque estaba llevando a cabo una acción de riesgo, por ejemplo. Lo podemos comprender, pues responsabilizamos al mismo individuo por el riesgo asumido en su elección, autor y responsable del daño y víctima convergen en la misma persona. 

 

-       Otro escenario es en el que, también por culpa del hombre, un individuo hiere conscientemente a otro. Nuestra percepción de injusticia en este caso está directamente con el grado de inocencia de la víctima. Pero en todo caso, nos podemos explicar lo sucedido y tenemos a quién culpar. 

 

-       Pero… ¿y si alguien hiere a otro porque estaba llevando a cabo una acción que ponía en riesgo no solo a sí mismo, sino que también a ese tercero? Esta ya nos cuesta más, olemos la injusticia y nos duele la desgracia, pues consideramos a la víctima como una persona inocente. Pero en este caso seguimos pudiendo explicar, de manera lógica lo acontecido.

 

-       Más extremo sería el caso de alguien que queda herido por una acción que es independiente de cualquier hombre, de cualquier voluntad, o al menos en el que no hay nadie inmediatamente responsable. Alguien sufre una desgracia porque los astros se alinean, por puro azar. Ahí está la enfermedad muchas veces, ahí está la pandemia que estamos viviendo, ahí están las catástrofes naturales… aunque se puedan llegar a explicar científicamente, no dejan de constituir una gran injusticia, pues por la poca probabilidad que había de que le tocase a esa persona en concreto nos parece que la vida ha conspirado contra nosotros. Aun así, pensándolo en frio, casi siempre existe una explicación lógica para estos casos, que aunque no los hacen menos dramáticos sí pueden hacer que no perdamos la fe y esperanza en la vida. 

 

-       Y en lo más alto de la pirámide, en el último escalón de esta exposición, estarían los casos como el mío (¡yo siempre batiendo récords!), en los que se sufre una enfermedad que ni la ciencia logra explicar por qué ha ocurrido, donde nadie entiende ni sabe explicar la causa, sería como la antítesis completa de los milagros… (O quizás no). Los casos en los que la medicina y la ciencia todavía no sabe responder y en los que no queda otra que aceptar la situación, pese a no saberse uno explicar el porqué.

 

Sin duda la pregunta: “¿Cómo se es feliz?” es una de las preguntas del millón, como muchas otras que os he planteado a lo largo de estos años, y muchas otras que os plantearé. Y está muy relacionado con todo lo que hemos hablado hasta ahora. La respuesta de mucha gente es muy rápida: "pues depende". Esta dependencia nace de nuestra asociación de recuerdos del pasado que fueron alegres y otros que no lo fueron tanto, en aquellos que sí lo fueron nuestra respuesta sería que sí y en los otros sería que no. Así de sencillo. 

 

Pero, ¿entonces afirmamos que la felicidad es cambiante, va fluctuando? Algo no nos cuadra. Cuando pensamos en ser feliz va mucho más allá de las penas y las alegrías, es mucho más profundo que un día triste u otro festivo. Entonces, ¿qué es la felicidad de veras? Yo soy de los que defiende que la felicidad es el fin del camino, es la meta de una larga y difícil carrera, que es la vida. Solo cuando crucemos de esta a la siguiente sabremos si hemos llegado a ser felices. El problema de esta teoría es que puede parecer pesimista, invita al desánimo y a la rendición, “total... si ya no me enteraré...”. Es por eso por lo que también me gusta pensar que, como en toda maratón, llevar un buen ritmo, estar entrenado, tener la cabeza y las ideas frescas y estar bien motivado son imprescindibles para llegar a la meta, vivir una vida con sentido de felicidad. Entonces la cosa cambia. La felicidad la alcanzamos a posteriori pero la debemos trabajar a priori, cada momento cuenta, e incluso remarcaría que es precisamente ese trabajo el que nos brinda dicha felicidad, es ese ímpetu, esa dedicación y esfuerzo lo que realmente construye, le da valor a la victoria, le da perspectiva y le da grandeza. 

 

No se trata de decir: "¿qué me deparará el futuro?" o "¿qué me brindará la vida?" sino “¿qué le ofrezco yo a la vida?” Seamos sujetos activos frente a nuestras vidas, es cierto que muchas veces no es fácil y existen obstáculos, como en cualquier carrera, pero todo obstáculo significa una oportunidad de superarse a uno mismo, y por tanto, no planteemos que será de mi vida cómo si no pudiéramos participar de ella y tomemos las riendas, se nos ha dado vida, aprovechémosla al máximo. 

 

¿Y cómo lo hacemos? Todo es cuestión de actitud, tu sonrisa es transformadora, y la buena actitud florece de la paz interior de uno y del entrenamiento que llevemos a cabo, vivamos una vida con valores, con respeto a las personas y con cariño y amor sincero y sacrificado, ese que se forja con el tiempo, la confianza y el compromiso. El amor de unos abuelitos que se han dado el uno al otro, ese debería ser siempre nuestro referente. O el amor incondicional de una madre a un hijo. Seamos fuente de vida, creemos vida, porque lejos de dividir nuestra capacidad de amar, la multiplicará. Vivamos también una vida con optimismo, una vida de reflexión y de conocerse a si mismo, de sentimientos controlados y de cordura. Y sobre todo, humildad, aceptar no saberlo todo, humildad para aceptar que habrá interrogantes eternamente incomprendidos y humildad para aceptar que Dios nos creó por un propósito, que Él sabe más, y que debemos intentar seguirle en sus enseñanzas, aunque nos cueste. Solo se trata de visualizar el objetivo, poner los medios y avanzar hacia la meta. Sin distracciones banales, sin entretenimientos inútiles. Esta es, sin dudarlo, mi clave de la felicidad y me temo que ni tú ni yo podremos comprobar nunca si estoy en lo cierto. Tengamos fe y esperanza. Ojalá ésta sí sea una “Nueva Normalidad” algún día. 


Comentarios: 0