Año 5


Cinco años del Día D

Ignacio Molins


Para conmemorar la media década desde el infarto medular que cambió mi vida os dejo este fragmento de mi libro en exclusiva. Es la primera vez que hago público como viví en primera persona lo que ocurrió ese día, hace exactamente cinco años, en ese frio colegio de Inglaterra. 

 

“ […] Abro los ojos y miro por la ventana, veo los campos verdes helados y los arboles del bosque al final del paisaje que dejan entre sus ramas ver el anaranjado amanecer. Como cada día, he despertado cinco minutos antes de que mi despertador sonara, todavía todos duermen y las luces del internado permanecen apagadas. Es este el momento en el que me acuerdo de mi familia, de cuánto los echo de menos, de cuán feliz seré esta noche cuando aterrice en mi ciudad, en mi querida Barcelona. Hoy es viernes y empieza el “Half Term”, una semana entera de vacaciones a mitad de trimestre. No voy a casa desde Navidad, sé que están todos esperándome, mañana a primera hora emprenderemos el viaje hacia la casa de campo de mi familia, donde disfrutaremos todos juntos del fuego, la comida, la familia y el aire fresco de las montañas. Todo este idílico sueño se cuece en mi cabeza mientras estoy despierto y se interrumpe con la voz de Mr. Pells, quien nos insta a levantarnos y ducharnos cuanto antes, solo quedan 30 minutos para que se abran las puertas del desayuno, ese es quizás mi momento favorito del día, y por supuesto, lo que más me gusta de Inglaterra. Esos huevos fritos, esas judías blancas cocidas con tomate, las salchichas y el bacon, mucho bacon, los grandes boles de cereales con leche y el zumo de naranja recién exprimido. Se me hace la boca agua mientras estoy en la ducha, me muero de ganas de bajar, me muero de hambre.

 

Me estoy acabando de colocar bien la corbata y el cinturón cuando miro debajo de la cama para buscar mis mocasines, es entonces cuando lo veo, el papelito de la galleta china que nos dieron la noche de ayer antes de acostarnos, ha debido de volarse de encima de la mesita, lo recojo y lo leo: “La semana venidera está llena de diversión y aventura”. Guardo el papelito en el cajón de la mesita de noche. Me ato los cordones de los zapatos. Por supuesto que va a ser una gran semana, ¡me voy con mi familia! 

 

Formamos todos los alumnos delante de las escaleras como cada mañana, donde Mrs. Bellgraham se encarga de revisar que estemos bien uniformados y darnos permiso para bajar a desayunar. Es en este momento, cuando estoy quieto de pie en la fila, que me doy cuenta de que hoy tengo un dolor de espalda mucho más fuerte de lo normal. Debe de ser algún mal gesto del partido de ayer... ganamos 4-0 contra el Pittingham School, los segundos en la liga escolar, yo juego de portero e hice dos paradones que merecieron la felicitación del entrenador al finalizar el encuentro. Empiezo a oler las tostadas y el bacon, mucho bacon. 

 

Ya estoy en la fila del buffet del desayuno, mi dolor de espalda cada vez va a más y empiezo a asustarme. Es mi turno, ya no tengo hambre, cojo un bol con cereales y me dirijo a mi sitio. Me siento en mi mesa, en mi sitio. Estoy muy mareado, me duele mucho la espalda, no me encuentro bien, en el comedor hay 40 personas, tengo la sensación de que son 500, de que todos me están hablando a mi y de que yo no puedo entender a ninguno de ellos, hay mucho ruido, demasiado, necesito salir de aquí. 

 

Estoy subiendo las escaleras, me he ido corriendo del comedor, estoy solo, me cuesta mucho subir los peldaños, tengo mucho dolor, es como si una serpiente me estrangulara a la altura de mi ombligo, me pesan mucho las piernas, me siento muy mareado, tengo mucho dolor, estoy sudando, consigo llegar al primer piso, intento cruzar el pasillo y llegar a mi habitación, necesito estirarme en mi cama. 

 

Estoy en el suelo, no entiendo como, me he caído, me he desplomado. No puedo levantarme. Tengo mucho dolor, en todo el cuerpo, no puedo moverme del dolor. No puedo levantarme. Estoy solo. Todos están desayunando en el piso de abajo. No puedo levantarme. Estoy solo. Siento que me voy a desmayar en cualquier momento. Pienso en mi familia. No se que me ocurre. Los segundos parecen horas. Los minutos, vidas enteras. No me queda otra que gritar, gritar con todas mis fuerzas. El dolor no cesa, siento que mi cuerpo ya no es mío, siento que estoy enraizado al suelo en esta moqueta azul y vieja. No puedo levantarme. ¡Ayuda! ¡Qué alguien me ayude!

 

Han pasado unos minutos, estoy perdiendo las fuerzas. El dolor me invade por completo, ya no puedo ni gritar. Oigo los pasos correteando, subiendo las escaleras a toda prisa, es mi salvación. Alguien me debe de haber oido. Es Javier. No es que me haya oido... le odio desde el primer día, siempre desayuna a toda prisa para subir y ser el primero en acaparar el ordenador para él solito los minutos que quedan hasta que empiecen las clases. Hoy le amo, le amo con toda mi alma. Necesito que avise inmediatamente a Mrs. Bellgraham.

 

Entre Javier y Mrs. Bellgraham me han llevado a la enfermería, al otro lado del pasillo. Han tenido que cargar con mi peso ya que del dolor que tengo no puedo mover ni un músculo, siento que me arden y se me congelan las piernas al mismo tiempo. Un cosquilleo infernal por todo mi cuerpo. Por suerte, es la hora en la que el Dr. Plunning está en la enfermería, me da un ibuprofeno. Y me dice que duerma, no son más que agujetas.

 

Abro los ojos, a juzgar por la luz que entra en la habitación han pasado más de dos horas. Ya no hay dolor. La pesadilla ha acabado. Giro la mirada hacia mi izquierda y veo una taza de té con leche recién preparada encima de la mesita de noche. Se ve como sale todavía el humo de la taza. Mrs. Bellgraham prepara los mejores tés que he tomado nunca, todo siempre lo arregla con una taza de té con mucha leche y mucho azúcar. Se asoma a la puerta y ve que estoy despierto. Todavía no sé muy bien que ha pasado. Ya no hay dolor. 

 

Mrs. Bellgraham, con la sequedad tan característica de los ingleses, me urge a levantarme de la cama. Por lo visto el doctor ha dado instrucciones muy claras de que cuando me despierte camine y mueva las piernas, solo así las agujetas cesaran. Me dispongo a incorporarme, mi abdominal se contrae, mi torso se eleva, mi pierna izquierda se desplaza hacia el extremo de la cama, mi pierna derecha la sigue, estoy sentado encima de la cama. Pero algo va mal, de eso me doy cuenta al escuchar con tono impaciente, casi diría enfadado, de Mrs. Bellgraham: "¡te he dicho que te levantes de la cama!". No me he movido ni un centímetro. No entiendo nada, debo de haber enloquecido. Tengo la sensación de estar moviéndome, pero no me muevo, sigo estirado, en la misma posición. No puedo levantarme. Mando a mis piernas la orden de que se mueven y no lo hacen. Mi cuerpo se ha desconectado, está apagado, está dormido. Puedo mover los brazos y las manos perfectamente, me toco la barriga, no siento mis propias caricias. Mi cuerpo se ha desconectado. Estoy conmocionado. Ahora solo puedo pensar en mi familia, en el vuelo que debo coger esta misma tarde y en la galleta china y el mensaje que ocultaba. […] “

 

 


Comentarios: 3
  • #3

    Dolors (domingo, 24 febrero 2019 21:04)

    Ignasi,
    Quina lliçó de vida ets per tots nosaltres. Llegir m’apropa molt al teu dolor i amb la perspectiva del temps admirar encara mes el teus esperit de superació . Una abraçada molt forta

  • #2

    Mauge (lunes, 18 febrero 2019 17:47)

    Ignacio, eres entrańable, divertido, inteligente, luchador, buen escritor y un montón de cosas más
    Un besote para mi gran sobrino

  • #1

    John Joly (lunes, 18 febrero 2019 10:33)

    Bien. Con la perspectiva del tiempo el relato absorbe los detalles del momento. Agradecer todo lo recibido y seguir soñando. Abrazos.