Año 4


Mi carretera con curvas, pero con vistas

Ignacio Molins


Es curioso como hay recuerdos que se quedan grabados en nuestra memoria. Momentos muchas veces muy felices y muchas otras veces son momentos que desearíamos olvidar, instantes que cambian el rumbo de nuestras vidas. Esas vidas que perfectamente habían sido planeadas, sin ningún cabo suelto, grandes ilusiones de un futuro extraordinario. Nuestro destino, nuestra gran vida, nuestro gran futuro... que se viene abajo por unos pocos tic tacs de nuestro reloj acompañados del azar y de la verdadera y escalofriante incertidumbre de nuestra existencia.

 

Esos momentos nunca se llegan a alejar en el tiempo por culpa de las inacabables repeticiones que nuestra bendita memoria se encarga de reproducir un día sí y al otro también. Revivir ese instante y pensar como hubiera sido mi vida si ese solo acontecimiento no hubiera sucedido o lo hubiera hecho de diferente manera, ¿donde estaría yo ahora si no me hubiera ocurrido tal desgracia? Mi mayor temor sería que volviera a suceder, no sería capaz de revivirlo. El simple hecho de recordarlo, de volver a vivirlo en mi memoria me pone los pelos de punta, nadie merece pasar por lo que pasé, nadie merece tal sufrimiento. Ningún niño de 13 años merece vivir tal desagradable pesadilla, no es bueno, no es educativo y arrasa con todo, es demoledor. ¿Qué sentido tiene la vida si no podemos controlar cosas como estas? ¿Tiene sentido una vida con dolor? Estas y muchas más preguntas son las que me toca enfrentarme, preguntas como estas son las que dan pie a un estrés superior al de la media, dan vida a mi ansiedad y dan cabida a mi posible infelicidad. 

 

Albert Einstein dijo una vez que la vida es como ir montando en bicicleta; para mantener el equilibrio hay que seguir pedaleando. Y yo digo: ¡si venga! Tanto cuesta pararse un momento, tomarse un respiro, descansar, para luego seguir adelante. Me siento condenado a llevar una vida que no es la mía, una vida premeditada por alguien que no soy yo. Una vida sin pausa. Siento que alguien me desvió del camino que yo había previsto para obligarme a seguir una estresante e incómoda vía alternativa. Siento que mi vida es como una película de acción, suspense y drama de la que yo no soy el protagonista, yo solo soy un simple espectador. Siento la necesidad de coger las riendas, pero ha pasado tanto tiempo. A veces es como si borrara todos estos años y reanudara mi vida en ese frío colegio de Inglaterra, ese suceso en bucle dentro de mi memoria. Hasta que vuelvo a darme cuenta de que esto es real, y aunque no me lo parezca he sido yo quien he vivido, aunque me parezca imposible, he sido lo suficientemente fuerte y valiente de ser el protagonista de esta película de la que me parece solo haber sido un mero espectador. 

 

Dejar que me presente, soy un chico de Barcelona, Catalunya. Soy un chico normal, con un prometedor futuro, una prometedora carrera en aquello que me guste y una prometedora vida formando una feliz familia con una prometedora descendencia. Demasiadas prometedoras promesas para un mismo párrafo. La verdad es que en la vida no hay promesas, ni siquiera hay futuro, estamos aquí viviendo un presente de la que creemos es la vida que hemos elegido. Ni siquiera hemos escogido tener vida, nosotros no escogemos nuestras vidas, nuestras vidas nos escogen a nosotros. No podemos escapar de nuestro destino, lo único que podemos hacer es aceptar las desgracias y disfrutar las bondades que nuestro destino nos brinda. Sería muy estúpido enfadarse y resignarse con la vida, que no te va a responder el insulto. Y sería aún más testarudo enfadarse con uno mismo o con la gente que más nos quiere, que no tienen la culpa. Así que por muy injusto que parezca hay que dar gracias de vivir, simplemente de vivir. Hemos instaurado un sistema de vida perfecta como si nosotros controlasemos la vida, como si del guion de una película se tratara, pero no es así. La vida es como es y se presenta como se presenta y es nuestro deber y obligación, pues no nos queda otra, aceptarla y bendecirla, ser agradecidos. No comparemos nuestra vida con la vida del de al lado, porque no son comparables, son distintas carreteras, que alomejor se cruzaron o cruzarán pero que nunca serán la misma. Por eso paremos de desear que nuestra carretera se asemeje a la gran autopista de la vida perfecta y el futuro prometedor que nos hemos inventado en sociedad, pues esta no existe como tal.

 

Un acontecimiento trágico lleva consigo una pérdida de motivación y confianza en el futuro de nuestras vidas. Pero la motivación del joven debe ser el futuro en sí, no en su forma o contenido, sino en su simple existencia. El hecho de que la vida siga, de que el presente corra y avance debería ser motivación suficiente para afrontar la vida con alegría y valor. El sufrimiento llegará, de eso no cabe ninguna duda, llegará en mayor o menor medida, llegará más pronto o más tarde, pero hemos de conseguir hacer de nuestro dolor, además de nuestra predisposición por convertirlo en nuestro archienemigo, también nuestro amigo. Dentro del odio que le puedo llegar a tener sé que es el único que me va a acompañar hasta el fin de mis días y es quien me recuerda que sigo vivo y que lo que dejo detrás mío es un camino recorrido por una carretera que un día parecía ser una prometedora autopista pero que resultó ser una carretera con curvas, pero con preciosas vistas.

 

 

Solo me queda para acabar y despedirme hasta el año que viene que de toda esta idea de una vida obstaculizada en la cual debemos nunca perder nuestra mejor sonrisa cae, o al menos así me lo presenta mi inteligencia, una necesaria conclusión: debe haber algo más allá que pueda llegar a dar sentido postmortem al sufrimiento injustificado en vida.

 

 


Comentarios: 0